Sentí su desnudo a lo largo de mi cuerpo, lo abracé, me abrazó.
Tomé su mano para esconderla allí, donde mis grandes humedades
Tomé su mano para esconderla allí, donde mis grandes humedades
se unían a la jungla de la rizada melena negra de mi pubis.
Sus movimientos, jugando en la entrada hasta encontrara la llave.
Eran sus dedos, largos y gruesos los que llegaron a un punto donde mis gemidos de pasión y desenfreno ya no podían parar. Fui un tiovivo en acelerado movimiento rodando en la cama hasta quedar sin aliento.
Dejé que se entrara en mi cuerpo opresivo, posesivo, sin dejarle escapar, Entrando, saliendo, saltando, llegamos a la misma par. Como música celestial. De nuevo cabalguemos con tanta intensidad, que me pareció tocar el cielo.
Borramos por momentos los límites de la propia existencia. Atrapando y sintiéndome atrapada, fuera de mi y de mi otro yo como unidad.
Siendo la piel y la mente de otra persona. Sentí mis pechos que eran devorados por una boca. Besos en mis labios, en mi cuello, en mi vientre, en mi sexo. Allí se detuvo y de nuevo cada sensación se multiplicó por la intuición hasta llegar al límite de una contención insostenible.
Los dos nos afanamos en devorarnos a la par. Envueltos entre sábanas húmedas, anudadas en nuestros cuerpos. Los Ángeles musicales que colgaban a nuestra cabecera, se taparon los ojos mientras duró-
© Araceli García Martín
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