TRES CABALLOS

 TRES CABALLOS


Ella no se llamaba Alicia, pero no recordaba su nombre y no logró saberlo hasta que pudo identificar a los usurpadores de su libertad. Cuando los reconoció, les puso nombre, diciéndolo en voz alta y desvelando cual era su color, entonces y solo entonces, ella supo su nombre y pudo alcanzar sus propios colores.

El primer caballo tenía el don de la transformación.

El segundo caballo tenía la facultad de la multiplicación.

El tercer caballo tenía el poder de la invisibilidad.

Demasiado pronto apareció el primer caballo en su vida, pues ella era solo una niña.

No imaginó que un caballo juguetón que la acariciaba y jugaba con ella, era capaz de transformarse en todo lo contrario. El juego pasó a ser salvaje, impuesto y se convirtió en un dominante semental que insistía en mostrarle su miembro.

Le dijo: “Caballo bayo, tu nombre es dominación, y no te admito”  y desapareció, creyendo ella haber ganado, pero volvió bien pronto. La engañó con su nueva apariencia de potro blanco. Ella, en principio, siguió sus juegos… Hasta que volvió a ver una actitud conocida. Morbo, lujuria, sexualidad impuesta… Dominación por la fuerza bruta.

Supo que era el mismo caballo.

“Potro blanco, sal de mi vida, tu nombre es dominación y no te admitiré jamás en mi mundo”. Mas … De nuevo apareció en su adolescencia y no le dio tiempo de reaccionar. La encerró en su cuadra y comenzó a darle coces hasta que le dejó el cuerpo negro y a ella, casi inconsciente. Entonces la poseyó suavemente, porque así él lo quiso. Cuando pudo huir de ese encierro, le dijo: “Caballo moteado repetiré tu nombre que es dominación, tantas veces como haga falta, pero nunca, nunca, te haré un hueco en mi vida. Sal de ella”

Desapareció durante veinticuatro años, hasta que ella lo dio por olvidado.

Un día, ella vio un corpulento caballo negro que comenzó a hablar y a adularla, como hacen los hombres y  la engañó, porque le permitió la proximidad que se convertiría en su gran fallo.

El caballo negro le dijo que estaba enamorado de ella y a continuación… La poseyó salvajemente y  luego la acosó, hasta que ella dijo su nombre y su color. Entonces se esfumó, como las otras veces y andaba maltrecha ella cuando se topó con otro caballo, el recelo inicial pasó cuando se percató de que estaba magullado como ella. Era rojo, no muy grande. Le dijo que una mujer lo había apaleado, por lo que, enseguida empatizó con su dolor, sin saber que el caballo nunca se había ido, pero esta nueva apariencia no iba a acariciarla, sino que pedía las caricias, le hablaba de amor, de compasión, de fraternidad, de solidaridad… Hasta que su lenguaje se transformó y comenzó a insultarla, para acabar diciéndole verdaderas aberraciones; después le pidió disculpas y mostró la cara más tierna y dulce, al perdonarle, entró en una espiral continua de repeticiones de la misma situación, mientras el tiempo pasaba y la situación se agravaba, ya no eran solo insultos, eran constantes gritos, eran amenazas. El caballo rojo no la dejaba nunca a solas,  ya no tenía privacidad, no tenía nada y la costumbre de pedir perdón, al caballo, se le fue olvidando.

Hasta que ella se dio cuenta de que era el mismo caballo de siempre, que ahora no la dominaba con su verga, si no mediante la humillación y la mentira del falso perdón y en el espejo de las almas, vio la suya, negra por los golpes del menosprecio y se rebeló. Miró al caballo a los ojos y le dijo. “Cinco veces has aparecido en mi vida, cinco veces me has engañado y me has dominado, pero tu dominación acaba donde empieza mi insumisión y no me someto a ti; me niego. Ahora sé que tu nombre no estaba completo, te llamas dominación. Sí, eres la dominación del cobarde, nunca has sido valiente, por eso nunca más me poseerás. Tu color también ha sido siempre el mismo, el que luces ahora, el rojo. Eres rojo de pasión, de sexo, de testosterona, de fuego y de sangre. Maldito seas, te expulso para siempre de mi vida”.

Esta vez desapareció para siempre; le había llamado por su verdadero nombre y por su real color y se creyó libre, pero no era así. Seguía sin recordar su nombre y no se llamaba Alicia.

Sin darle tiempo a recuperarse, se giró y una manada de caballos la envolvían de repente, pero guardando la justa distancia. Ninguno la tocó, ni siquiera la rozó, pero pronto le impidieron ver el horizonte. Quiso hablarles pero la manada relinchaba más alto y su aguda voz se apagaba entre la de ellos. Pretendió caminar, mas se lo impedían. Ella miraba a la manada de diferentes colores, de diferentes tamaños. Se sentó para pensar, pero los caballos siguieron allí y al día siguiente también y  al otro. Hasta que se enfadó y les gritó: “¡Quiero caminar!” pero no se movieron. Le costó bien poco defenderse.

No eres el mismo caballo que antes, ni eres muchos, ni el rojo es tu color. Eres negro porque te llamas invisibilidad. Eres negro porque lo envuelves todo y porque me quieres ahogar y tu nombre es invisibilidad, porque eso es lo que pretendes hacerme a mí, anularme, eliminarme, hacerme invisible, de tu color. No me rindo ni me rendiré ante ti.

La manada desapareció por completo y  para siempre. Con ellos se fue también el sofocante olor a macho equino, pero intentó recordar y aún no sabía su nombre. Alicia no era el suyo, era temporal.

En esos pensamientos se hallaba cuando se estremeció, algo había pasado a través de ella, lo hizo repetidamente y la agotaba, le restaba energía. Se fue sintiendo cada vez más desfallecida, perdió interés por moverse, perdió energías y ganas de vivir, sin embargo reaccionó y empezó a visualizarlo. Era otro caballo transparente, que se mimetizaba con el entorno y se fue volviendo blanco puro. Era el más extraño de todos porque lo sentía en su interior y la atravesaba.

Pero se dio cuenta tras larga meditación y le dijo. " Tú no existes, te he creado yo desde mi interior, tu color es el blanco, el color que une todos, porque tu nombre es miedo y el miedo puede estar en todas partes, ser de todos los colores, pero tú eres mío,  eres mi miedo y por eso tengo el poder para destruirte".

Con estas palabras, el último caballo que iba a su vida con la intención de quitarle su libertad, desapareció. Solo entonces recordó su nombre y lo dijo en voz alta. “Me llamo Mayte y mis colores son los del arco iris, porque los elijo yo”

Sintió la luz en su interior y supo que había logrado alcanzar su libertad. Implícito, le llegó un conocimiento, el de que libertad era independencia y autosuficiencia y que eso no iba a ser bien aceptado por los demás, que iba a encontrar poca gente libre.

Dedicado a los pocos que creen en mí.



Publicado por Mayte Álvarez

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