El luquillas



         Los rayos de sol taladraban mi cuerpo, ese Lorenzo sofocante se había plantado encima de mi cabeza, como si fuera uno de los girasoles que acabábamos de pasar.

         Los guijarros del camino comenzaron un pequeño pogromo en la planta de mis píes.

         Levanté una pierna y me mordí el labio, mientras examinaba la magulladura producida por un guijarro.

          — ¡Malditas piedrecillas!

          —exclamé.

         Aun sabiendo que nadie me escuchaba nada más que los cinco cerdos y la Rosa que era la marrana más limpica que había visto en mi corta vida.

         Comprobando que mis albarcas de esparto ya habían llegado a su final até los cordeles para no perderlas y me las colgué al cuello.

         A mis siete años. Era una pequeña muy soñadora y alegre pero en ese momento, todo se centraba en llegar cuanto antes a casa.

         Con las coletas despeinadas y cara enrojecida, me eché todo mi cuerpo en el costillar de la Rosa, el resto de la piara nos seguían obedientes.

         Creo que ese fue mi primer tío vivo, o columpio, porque me sentía la reina del lugar.

         Mi tarea diaria encontrar hierba y fruta que caía al suelo podrida, era un manjar para ellos, cada día era más difícil encontrarle comida y en esta ocasión me había alejado más de la cuenta de mi trayecto.

         Tenía ganas de llegar a mi casa, el movimiento de la Rosa al andar y su sonido

        —¡Going goin!— hacían que mis tripas sonaran. 

        —¡Run run¡— formábamos un buen concierto mis tripas y mis cerdos.

         Deseaba llegar lo más pronto posible a comer las migas con torreznos que  habría  preparado Josefa.

        Iba dándole con la punta del pie en la tripa a Rosa para que se diera más prisa ella lo comprendía.

        En ese momento sentí un chiflido al otro lado de la montaña, pero con el sonido  de las chicharras éramos suficientes la orquesta estaba completa. no necesitábamos a nadie más.

         Ya estaba acostumbrada, era el Luquillas pero de nuevo ese chiflido y su gran carcajada, hacía que el eco se prolongara hacía el valle, allí unos gavilanes y vencejos salieron volando de entre los cerezos.

         Yo seguía mi camino  como si no me hubiese dado cuenta, echada encima de la marrana.

         Allí estaba otra vez aquél, zagalón mal educado y como siempre me decía lo mismo.

        —¡María, mocosa! ¿Te digo una cosa?

        Yo no contestaba ya, sabía lo que venía después. 

        —¡Una gorrina, encima de otra! Jajaja.

        Me volví para mirar era él,  Domingo el de los Luquillas, tenía un cordero de pocos días a los hombros, pero, esta vez no contesté con palabras.

        Airada, puse los pies descalzos en el suelo y metiendo la mano en el zurrón saqué la onda trenzada de esparto que me había hecho mi hermano Manuel cogí una piedra mediana, de esas que poco antes me habían hecho tanto daño., la coloqué en medio,

        Un movimiento mecánico tal como me enseñó mi hermano, dos pasos hacía atrás enfocando con un ojo cerrado y  lancé con todas mis fuerzas.              

       Domingo de los  Luquillas,  estaba chiflando cuando paró en seco su sonido, algo le hizo caer al suelo; Así,  lo  mismo que los palicos que me ponía a lo lejos mi hermano Manuel para enseñarme como tenía que lanzar la onda.

        En esta ocasión sin tan siquiera darse cuenta el Luquillas estaba tumbado en el suelo,  se había caído de culo, dándose con un peñón en la curcusilla,  al tener ese dolor en su trasero, no se dio cuenta que le sangraba la frente fue al intentar ponerse de pie cuando vio caer un gran chorro de sangre en la piedra , miró por momento vio a la María que salía cabalgando encima de aquella marrana. Pero todo se puso de color rojo.

          A esa edad que tonta puede ser una Dios mío, todavía hoy  no se bien ni me explico porqué, tuve que afligirme tanto y me produjo una vergüenza tan grande, tan desesperada que pensaba que le había matado.

         Esa noche metida en la cama que compartía con mis hermanas Encarna y Josefa no pude contener el llanto  y eso fue seguido de una explicación.

         Les hice jurar que no se lo dirían a nadie.

         Ellas reían cada vez más, conforme les iba contando lo ocurrido esperaba que ellas me hablaran. me dijeran algo pero solo reían.

         Lo que me molestaba que los mayores se rieran de mí, quizá ese fuera el motivo por el que tomé  la decisión  de sacar la onda , aún no me explicaba porqué lo había hecho, solo que al salir corriendo era como si me quitara el peso del sol en mi cabeza algo raro . Mis hermanas no  comprendían que para mí era  algo muy grande lo que había hecho.

         Toda la noche estuve viendo aquella figura con el ojo de dios que se abría entre las nubes y de pronto era el ojo del Luquillas lo traía en su mano que extendía hacía mí  para que lo viera me seguía dando saltos y chiflándome ese sonido tan suyo.

         Desperté, creía que iban a venir a por mí las autoridades.

        ¿Estaría muerto ó estaría con un ojo menos?  No sé que sería peor.

         Sin embargo el orgullo de los Luquillas al llegar a casa, le dijo a su madre que había resbalado con tan mala suerte, que se fue a dar contra el canto de un peñasco.

        Su madre le puso un emplaste de aloe con un puñado de azúcar y la hemorragia paró.

        Mientras la madre le hacía la cura él pensaba que había sido una casualidad le contó lo que ocurrió a Adela su hermana menor.

       —¡Esa mocosa boba de los boutiques!.

        Hoy puedo pensar y decir “Una historia absurda” así es como lo veríamos unos años después.

       Cómo torturó, en su día mi corazón tierno, y cuantas lágrimas debieron rendirle mis ojos recién abierto a la vida.

       — Quizá sea que los sentimientos se me han ido embotando con los años; Ya soy adulta y no una niña.

       — Quizá y esto es lo más seguro: 

        —No había motivo real para tanto drama, sino que yo desorbitaba y sacaba de quicio lo que en realidad no pasó, nunca de ser una chiquillada burda si se quiere, y necia. Si pero no malvada, ni cruel, ni atroz, ni espantosa, ni abominable, ni cuantos adjetivos me brotaban entonces del pecho para ahogarse en mi garganta.

          — ¡Pobre Domingo de los Luquillas!.

         Pasaron los años y todo eso pertenecía a un tiempo ido.

        En el 1933. salimos de Paules, mis padres así lo decidieron.

        En víspera de nuestra marcha yo era amiga de Adela de los Luquillas en esos días de preparativos vino mi amiga con su hermano a despedirse de mí y de la familia.

        Quién sabe porqué aquellas pueriles ridiculeces mías, en todo ese tiempo había soñado tantas veces curándole su herida y demostrándole mi amor, “pero solo en sueños”.

         Lo recuerdo con un poquito de bochorno pero en el fondo sin desagrado, más bien algo sorprendida de mí misma.

         Es muy cierto, por ejemplo, que después de la gran rechifla temblaba literalmente, a la sola idea de volver a verlo.

        Al fin y al cabo yo ya tenía quince años y a penas habías cruzado unas palabras y él era todo un hombre de diecinueve.

         ¡Verlo Dios mío! ¿quién sabía si por última vez!.

         Después que tanto se habían reído todos estos años yo había estado con todo fervor a su lado aunque ese alguien no fuese más que una mocosa boba de la que él mismo se hubiera burlado acaso, abriendo unos ojos de asombro divertido como si de alguna manera hubiera podido leerme el pensamiento.

         Se despidió de mí dándome la mano y al mismo tiempo me dijo:

          —¡Que sepas que no te guardo rencor!

          —Señalando la cicatriz que le partía la ceja en dos.

         Es claro que no iba a impedirle, yo no existía para él, y sin embargo a la sola idea de que en cualquier momento me cruzara la mirada temblaba de pies a cabeza.

         Y lo mejor de mi gran tortura lo que más me hacía insufrible era el tener que marchar y no ver su sonrisa,  su tez morena,  el mechón de cabello que siempre tenía en la frente, sus ojos rasgados y grises y esas orejas que se movían cada vez que fruncía el ceño no sé si lo hacía a posta pero aquello era como mágico para mí.

         —¡Boba de mí!

       Aquél día me hizo de nuevo recordar esa niña greñua de coletas  que años atrás la coincidencia le hizo una jugada a su corazón infantil.

       El sol, girasoles, los malditos guijarros,  las albarcas  de esparto rotas, gavilanes, vencejos y sus cerezos, onda y zurrón, mi marranica Rosa y ovejicas de un día, el cabrero Luquillas y sus chiflidos, onda y zurrón, migas y torreznos  que me sentaron tan mal, el latir del corazón cada vez que pensaba en él.

        Entonces no sabían que el azar de nuevo los uniría.

© Araceli García Martín
® Granada - España - 
10 de mayo de 2014

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