Paraguas para el amor

Paraguasrojolluvia[1]

Llovía “a cántaros” sobre la ciudad aquella tarde. La oscuridad se iba adentrando con fuerza por cada rincón, apoderándose del cielo por momentos y pareciendo querer llevarle al ocaso de su luz con mucha mayor celeridad que otros días.

La gente que a esas horas transitaba por sus calles, se cobijaba como buenamente podía bajo los balcones de las casas o tras sus respectivos paraguas; pero ella no...

Ella caminaba por la acera como si la lluvia no fuese con ella, no le importase o no le mojase; cosa esta última que no era cierta, pues llovía con increíbles ganas y de una manera insistente, tanto que pareciese no iba a parar en horas.

Vestía pantalón vaquero y cazadora de piel, y calzaba unas botas de cuero que le alcanzaban casi la rodilla. Al caminar, su larga y ensortijada melena se le mostraba libre al aire de la tarde. Y su andar, firme y sensual a un tiempo, atraía la mirada de más de un viandante.

Al pasar a su lado, le miré a los ojos y, todo caballeroso, le invité con un gesto de simpatía a que, dado la que estaba cayendo, se cobijase bajo mi paraguas; pero ella, amable y sonriente, me rehusó la invitación. E hizo a la par algún comentario que el ruido de la lluvia y el murmullo de la calle me impidieron discernir. Por lo que, pasados unos segundos, insistí de nuevo en la invitación, ante el evidente diluvio que continuaba descargando sobre la ciudad.

Pero ella, con un gesto de su mano, tras apartarse de la cara un largo mechón, completamente calado de su pelo, desechó de nuevo mi ofrecimiento; aunque con una mirada y una sonrisa que eran en realidad un sí, fácilmente intuido tan sólo con remachar un poco más en la propuesta, nada pretenciosa, por otra parte.

Al cabo de unos minutos nos vimos en el interior de una cafetería cercana, sentados frente a frente, charlando amena y distendidamente junto a un café y al lado de un amplio ventanal que nos dejaba percibir con total perfección el movimiento de la calle y la insistente lluvia del exterior, pero ahora a cubierto.

Fuera, el aguacero continuaba en su persistente acción, circunstancia que, pocas veces como en aquel momento, agradecí en mi foro interno. Y, de igual modo, intuí que ella tampoco desaprobaba el instante y la circunstancia; y que no acariciaba gana alguna de que la lluvia cesase por tan pronto...

La lluvia en la ciudad, puede ser también, a veces, una dulce bendición del cielo en el momento del coqueteo amoroso...

 

  1. J. Javier Terán


(Foto tomada de la Red)

Comentarios

  1. Preciosa historia José Javier, que bajo la lluvia se inició y al abrigo de un café pudo empezar su trayecto y continuar... quién sabe hasta cuánto tiempo se alcanzó...

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