El banco de los enamorados

 

 



Para que la tarde no se me echase encima con toda su carga de nostalgia y añoranza contenida, como era previsible tras lo sucedido, salí a la calle a vagar por la ciudad, pero sin destino definido. Un poco como cuando estábamos juntos y éramos uno tú y yo; que cada día nuestros pasos nos conducían, sin selección previa, en pos de un sitio diferente, porque los dos amábamos la aventura urbana, si es que aventura era marchar por la ciudad sin un rumbo marcado de antemano; y porque, en el fondo, aborrecíamos la monotonía y el hacer siempre las mismas cosas.

Y los pasos en esta ocasión me llevaron inopinadamente hasta las inmediaciones de nuestro parque favorito de la ciudad. Aquel en el que tanto compartimos y tantas confidencias nos hicimos a lo largo del tiempo.

Pero hoy lo encontré desolado, sin apenas paseantes, apagado de vida y triste, infinitamente triste... Ni a los pájaros escuchaba cantar entre los árboles. Quizás que mi pensamiento estuviese abstraído y ausente del lugar, trasladado a un tiempo del ayer en el que, en su conjunto, fuimos felices, ¡cómo lo recuerdo!... Y ¡cómo me duele!..., que no pueda seguir siendo realidad, que no estuvieses tú allí en aquel momento y volviésemos a comenzar de nuevo nuestro bonito idilio de amor.

Eso sí, nuestro banco de madera del final del paseo, refugio de nuestros muchos momentos de amor y confidente a su manera de nuestros besos, al principio un tanto robados en intencionados descuidos, luego ya obedeciendo a un sentimiento que poco a poco fue surgiendo entre los dos, él sí que seguía en su lugar de costumbre. Pero nadie descansaba sobre él en aquel momento, estaba vacío en toda su familiar extensión; como si esperase que nosotros, tú y yo, le volviésemos a ocupar.

Tomé asiento en él por unos minutos y, como por inercia, mis ojos se fueron de pronto hacia la esquina del mismo donde aquel día, que aún guardo en el recuerdo, grabamos sobre la madera recién pintada las iniciales de nuestros nombres y una pequeña leyenda con bonitas palabras de amor, que quisimos quedasen allí esculpidas por muchos años, dando fe de nuestro muto sentir.

Hoy, aunque aquella leyenda de amor sigue allí impresa sobre la madera del banco, sobre el alma del mismo; la realidad actual de aquel sentimiento del ayer es, tristemente, muy otra. Pero tampoco quise hacer desaparecer aquellas palabras…

© J. Javier Terán.

Comentarios

  1. Tus fotografías, extraordinarias. Tu narrativa, cautiva... Felicidades

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  2. Buenos días y feliz sábado:
    Precioso texto muy melancólico, yo creo que todos hemos tenido ese banco de madera en la vida o un árbol, que nos recordará siempre un gran amor que se fue.
    Saludos

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  3. Todos tenemos una historia similar en nuestras vidas... Gracias por compartir... Es un lujo leerte. :)

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  4. Muchas gracias, Gaviota por tus palabras. Es cierto lo que dices, quién no ha escrito su nombre y el de la persona amada en la corteza de un árbol?. Un abrazo.

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  5. excelente como me tienes acostumbrada, gracias por compartir.

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