Como si nada hubiese pasado

 



Huyendo un poco del calor asfixiante de este verano en la meseta, pero también otro poco tratando de encontrar un tiempo para la reflexión, luego de un agitado y acelerado año laboral, he recalado estos días en un pueblo de costa a orillas del Mediterráneo.

Y ha sido justo en un lugar que tú y yo -¡cuánto tiempo sin vernos!-, conocemos muy bien, y que llevaremos grabado siempre en el recuerdo con extraordinaria nitidez; porque en él daría los primeros pasos nuestro recién estrenado amor de juventud, el primero de nuestras vidas –según nos confesamos-, en aquel verano de todavía feliz recuerdo; aún después del tiempo transcurrido.

Pero hoy, anocheciendo ya y sentado en el espigón del puerto, desde donde se domina buena parte de la bahía en una dirección, y con el faro que ya ha comenzado a proyectar su luz sobre la bocana del puerto, en la opuesta, he querido buscar tu imagen entre tanta gente como atraviesa por estos alrededores.

Pero todo parece haber sido en balde. Ninguna de las personas que por aquí transitan me ha recordado a ti. Bueno, siendo sincero, a excepción de alguien que parecía tener tus mismos rasgos físicos –al menos los que yo recordaba de ti-. Mas al instante he rechazado la semejanza, aunque reconozco que me ha quedado la duda por algunos segundos.

Aquella noche, he de reconocer que soñé contigo. Habitábamos una gran casa en un indeterminado pueblo de la costa…

Así las cosas, al día siguiente regresé instintivamente al mismo punto de observación y me volvió a visitar el recuerdo de aquellos inolvidables días, que he estado rememorando paso a paso mientras contemplaba la impresionante bahía con el sol declinando ya y escondiéndose tras los grandes edificios de apartamentos.

Pero sin dejar de observar, a mi vez, el continuo fluir por el lugar de gentes de las más diversas nacionalidades. Y, de pronto, he notado cómo el corazón me pegaba un vuelco, porque he creído verte caminar con tu elegante prestancia de entonces entre la gente del paseo…

¿Será ella?, me he preguntado... Desde luego que sí, me he contestado a mí mismo a continuación con una claridad meridiana y hecho un manojo de nervios.

Me he levantado de un salto para dirigirme hacia ti y, ¡oh casualidad!, he visto que tanto tu mirada como tus pasos se dirigían hacia mí sin ningún género de duda…

Las farolas del paseo comenzaban a encenderse ahora una tras otra, justo en el mismo momento en el que una gran ilusión volvía a prender en lo más profundo de mi corazón, que abría así una puerta al reencuentro, luego de unos cuantos años de distanciamiento.

¿Tendría algo que ver el sueño de ayer, con aquella gran casa donde habitábamos tú y yo?...

© J. Javier Terán

 

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