En un regio castillo hubo un monarca
que reinaba infeliz; pues, nunca pudo
encontrar un amor del todo suyo.
Y ya viejo, muriéndose de hastío,
hizo llamar urgente a su castillo
a cuanta joven dama, libre fuera.
Su esposa y reina haría,
a quien, por suerte, hallar pudiera,
y le entregara el regalo más sentido.
Hubo muchas que joyas le entregaron
vasijas llenas de oro le llegaron;
mas, nada compensaba la tristeza
que en soledad al rey lo consumía.
Una tarde, cansado por la espera,
abrió una caja sencilla y rústica
que por simple, antes, no viera.
Encontró una rosa ahí marchita
blanca fue, con albura desmedida
ya pintaba de tonos desleídos,
macilentos y tristes amarillos
El rey, triste, la miraba
no pudiendo entender lo que veía
¿Cómo una rosa así fue despreciada,
cómo la simple caja, no veía?
Con cuidado la tomó en sus manos,
manos recias, cansadas de abandono,
y corriendo al estanque más cercano
la posó en el agua, con cálida presteza.
Esperó largo rato a que la rosa
bebiera vida, de liquida pureza;
mas, nada sucedía. La rosa no vivía.
Desolado, la recogió del agua, con cuidado
y a sus labios llevó la mustia rosa
su ligero dulzor le tocó el labio,
el antiguo esplendor surgió en su mano,
la rosa... blanca, se volvía
y su aroma en el aire trascendía.
Atónito quedó el monarca,
llamar mandó a quien le enviara
tan sencillo y especial regalo.
Queriendo obedecerlo, no podía,
la dama que lo enviara, se moría
con una rosa roja, marchita...
¡Ahí, en su mano!
Llega el monarca al lecho de la amada,
de rodillas, en el supremo acto de abandono
cierra sus ojos, besa sus labios y bebe su aliento.
Años después… muere el monarca.
Mudo testigo de toda esa grandeza
sólo el estanque, en ruinas, permanece.
Un hilo azul, de infinita tristeza,
surca sus aguas y en llanto, lo humedece.
Arrastra el viento, en noches, como ésta,
un dulce aroma de rosas, que... florecen.
Semeja ser sólo, otro cuento triste;
mas, la verdad, en mi memoria existe.
El alma estanque de mis noches grises
hilos azules en maraña umbrosa.
Llanto reseco. Viento furioso,
Invade el alma, sin aroma a rosas.
Yolanda Arias Forteza
Preciosa historia de un amor incumplido, por no llegar a tiempo, se quedó desolado y en tristeza completa...
ResponderEliminarSon las penas del alma enamorada, que nunca llegan a encontrar esa persona añorada, pues, por más que la buscan, se queda en una sala, a la espera de ser alcanzada esa mágica esencia de la vida y el vivir...
Un beso grande...