Cada mañana te levantabas, despeinado y sin afeitar, te veía asomarte en tu ventana. Un tímido saludo, con un gesto de cabeza, era dicharachera y yo te decía buenos días vecino.
Me daba satisfecha con ese saludo, el día transcurría lentamente, tú siempre con tus manías o costumbres, al mediodía salías ya engalanado como un adonis eras un primor.
Me hacías pensar en cómo seria estar una velada contigo, seria increíble oír tu voz bebiendo una copa de vino o simplemente mirarte fijamente a esos ojos verdes.
Pasaban los días y siempre lo mismo, hasta que una tarde lluviosa de noviembre nos cruzamos en el portal y comentamos que día mas fastidioso y nos reímos, desde ese momento todo cambió, poco a poco nos contábamos nuestro día a día, yo estaba encantada contigo y tú parecía que también, hasta que una noche se presentó la excusa de vecina no tengo ganas de cenar solo, eso es una cita pensé, y te conteste cenamos, por supuesto estábamos listos a salir a cenar juntos, iríamos cerca a un restaurante pequeño, familiar. Allí me acercaste la silla, eso ya no se estila pensé pero me enamoró, con un buen vino y los aperitivos ya sabíamos que nadie nos esperaba que la vida nos había jugado malas pasadas pero que no tirábamos la toalla, que deshojaríamos la margarita hasta el ultimo pétalo hasta encontrar el amor de nuestras vidas. Al final de la velada ya me tenias locamente enamorada de ti, fuimos hasta el portal charlando y encendimos un cigarro para alargar la velada hasta que las estrellas se apagaron y ahí nos dimos cuenta se podía intentar, habíamos recibido muchas zancadillas, quizás esta vez funcionara. Nos miramos, nuestros pensamientos eran los mismos, con un beso sellamos nuestro pacto en silencio, lo intentaríamos amarnos sin secretos, libremente, sin miedos del pasado, sin planes de futuro pero sí con ilusión del hoy por hoy.
Hoy te asomas a tu ventana, yo te abrazo por detrás, despacio casi en un susurro te digo te amo mi deshojador de margaritas.
M.M.R
Manoli Martin Ruiz
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