He visto



Sin tener los ojos
templos dóricos en ruinas
mendicantes descalzos sin manos pedir
la limosna delante de la puerta Sacra.
Sin embargo sentía voces hablarme,
manos amorosas acariciarme,
tu hablarme de amor.
Me habías preparado la miel ámbar
para endulzar mis labios
el pan de centeno para que yo pudiese vivir
después del recuerdo de la muerte.
¡Me masajeabas los pies!
¡Con palabras afligidas enternecías mi corazón!
recuerdo el aire penetrante de la mañana proveniente
del mar,
arañarme el rostro de cristales de sal,
el tiempo medir mi amor
con inverisímiles clepsidras de  tierra y ocre
he visto mis ojos en tus ojos,
encender la chispa nunca apaciguada,
en la metáfora y  linternas antiguas que iluminaban
una noche sin estrellas.
Me ofrecías el seno de luz,
para calmar mis afanes y los ardides,
en el añorado de descubrir la zahína
y objetos inanimados murientes en la penumbra.
He sentido tu amor y el otro amor
que vertías en mi como cura benévola
que cicatrizaba mis heridas.
He visto  niños jugar en los patios del perdón,
sus voces revoletear a infringir silencios infinitos,
yo adulto absorber tu eternidad
para vivir contigo el instante huido.



© Greg D.

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