Otoño pregonado



Un buen día, iniciado octubre, con las primeras luces del alba, los más madrugadores de la mañana vieron que había amanecido raro en el ambiente de la ciudad y muchos de ellos presintieron que iba a ocurrir algo de manera inminente.



Nosotros, sin que hubiera existido aviso previo para ello y, de repente, al levantarnos y acudir al jardín como cada día para tomar nuestro pequeño desayuno al aire libre, vimos cómo el otoño, con sus montones de hojas esparcidas por el suelo sin orden ni concierto, como señal más representativa, había invadido de golpe nuestro territorio más particular e íntimo.



Se había colado hasta nuestra terraza y, mismamente allí, se había aposentado en nuestra mesa para dos, ocupando ambas sillas y haciéndose el dueño y señor del habitáculo.



El tiempo, al parecer, se había revuelto de tal forma durante las últimas horas de la noche que parecía inevitable un final así a corto plazo.



Y qué podíamos hacer nosotros en medio de tanto cambio?, sino aguantar el tirón del momento e irnos preparando para las embestidas de éste y su casi homónimo invierno durante los próximos días e incluso meses.



De momento, intentando encarar el cambio, que era ya evidente a todas luces, nos miramos con ojos de resignación, nos marcamos una gran sonrisa en el rostro y, aquella mañana, de momento, desayunamos todavía en nuestra terraza al aire libre y en nuestra mesa para dos.



El viento, metódico donde los hubiera, no cejaba en su empeño sacudiendo con inopinada insistencia las ramas de todos los árboles del jardín y, a su ritmo, cientos de hojas caían al suelo sin compasión. Mientras, la música de Vivaldi, en concreto su magistral “Otoño”, acompañaba de fondo nuestras conversaciones mañaneras entre sorbo y sorbo de café.



Aquel amanecer, de momento, logramos salvar con total entereza nuestra cita mañanera de cada día.  Para los días siguientes, ya meditaríamos sobre las posibles opciones, si es que no era factible continuar con nuestros desayunos en nuestra terraza al aire libre; a partir de aquel momento invadida a cada paso por un sinfín de hojas caducas y perecederas llegadas a su fin.



© J. Javier Terán



Comentarios

  1. Muy bonitas letras prosadas a don Otoño y sus artes de presentarse sin avisar, Javier...
    ¡Me gusta, está genial y dicharachero, también!
    Un abrazo,

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  2. Muchas gracias, Mía. Sí en esta ocasión van por ahí los "tiros"; creo que me ha quedado hasta un tanto divertido.... Un abrazo.

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  3. ¡Que precioso relato otoñal J.javier siempre es un placer leerte . Un abrazo.

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  4. Es cierto, ha estado de lo más genial... Un abrazo, Javier.

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  5. Siempre habrá un rincón hermoso para la empatía... Ni el otoño podrá cambiar eso...
    Me ha encantado como has descrito la llegada de un tiempo revuelto que anuncia la oscuridad. :)

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  6. Muy hermoso relato, la verdad que el otoño, en ese lugar que describes al lado de la persona amada resulta muy bello y romántico.
    Saludos José

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  7. Muchas gracias, Casal, por tus bellas palabras para mi relato.

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  8. Por ahí, percibo un Otoño, precursor de un final? aunque llegue Invierno, desayunos abrigaditos , no me parecen despreciables. Un abrazo.

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