Tendidos sobre la hierba

Estoy aquí, tendida sobre la hierba,

hechizada ante este soberbio paisaje de nubes

que, allá arriba, parecen jugar al escondite

o intentar esconder el rubor del sol.

 

Y yo perplejo aquí a tu lado,

acostado también en igual posición,

tras haberte declarado mi amor

y tú ruborizarte en extremo.

 

Disimulas mirando al cielo tan quieto,

aunque el corazón te lata

con mucha más fuerza que nunca,

y tú quieras ignorarlo y silenciarlo.

 

Están cabizbajas las nubes, dices disimulando;

y como ocultando un destello de sol,

casi acunando entre algodones,

a este primer sol primaveral…

 

Entre el blanco y el gris, insisto yo,

alguna nube aterciopelada parece insinuar lágrimas

que no dejará caer al surco de estos momentos,

porque son mágicos y guardan tesoros.

 

Te acomodas un poco más en tu posición

y atraes de pronto mi cuerpo al tuyo,

que responde deseoso, tras alguna ausencia,

e imaginando amaneceres plenos de amor.

 

Las nubes sobre nuestras cabezas se desbocan

y apenas si nos dan tregua a unas caricias,

como preludio de un mayor gozar

a cubierto, en un chamizo tras el que corremos.

 

Ardemos en deseos de poseernos y,

entre agitaciones, convulsiones y silencios, la noche

en el exterior extendió su protector manto

como queriendo amparar nuestro amor.

 

Y el amanecer temprano nos encontró a solas y

abrazados, los cabellos revueltos,

los cuerpos desnudos y deseosos

de un día de amor en cada una de sus horas.

 

                                   © Mª Luisa Blanco y J. Javier Terán