Oportuna lluvia





Aquel día había salido de casa sin prisa y, como de costumbre, había tomado la calle que de común seguía en dirección al parque en el que, tiempo atrás, había pasado tantas horas de mi vida sentada en uno de sus bancos, casi siempre el mismo, y soñando…; soñando con el ayer y con lo que me podía ocurrir, mezclando lo humano con lo divino, ¿por qué no?...



Y recuerdo que caminaba un tanto absorta en mis pensamientos -lo reconocí luego al hacer un pequeño examen de lo acontecido-, y crucé la calle prácticamente sin mirar a ambos lados, como la norma y la lógica establecen. Y claro, el vehículo de turno, para no atropellarme, tuvo que pegar un frenazo que rompió el silencio de aquella zona de la ciudad, dejando media rueda sobre el asfalto…



Del coche salió un joven que, pensé, me miraba entre enfadado y complaciente… Era muy guapo y lleno de juventud –eso sí-. Yo, tras pedirle disculpas encarecidamente, creo que hasta tres veces seguidas, seguí mi camino hacia ese parque de mis recuerdos y mis anhelos.



Y, en esta ocasión, una vez dentro del parque, giré hacia la derecha y enfilé justo en la dirección donde se halla una fuente de gran fama, una fuente con una estructura barroca y de llamativo porte; a la que han bautizado como “la fuente de los enamorados”. Me detuve allí por algunos minutos, mirando el fondo del agua que corría apresurada por un pequeño caño…Y, como si fuera a través de un espejo, en su superficie se me apareció el rostro de aquel joven del coche, el que minutos antes casi me atropella en plena calle.



De nuevo mi mente recapituló: yo sé que iba despistada y con pensamientos mil; pero él pienso que también un poquito; porque con un simple toque de claxon me hubiera puesto en alerta…



Al lado, un grupo niños jugaban a voz en grito; y yo, disimuladamente, me pellizqué en un brazo, como queriendo saber si estaba soñando o, en realidad, aquel joven estaba compartiendo palabras y tiempo conmigo…



De repente, allá a lo lejos, comenzó a sonar una música que deleitaba mis oídos por momentos, era una pequeña orquesta que tocaba hermosas y románticas melodías, y cuyo eco nos llegaba hasta allí con bastante nitidez.



Sin más palabras, nos miramos e, instintivamente, nos pusimos a bailar; tan compenetrados y ligeros nuestros pasos como el mismo aire. Girábamos y girábamos sin perder el equilibrio, enamorándonos sin darnos cuenta con cada melodía que sonaba en la distancia; tan dulces y suaves como nuestros latidos, a veces apresurados cuando uníamos nuestros cuerpos tal vez más de lo debido.



En algún momento surgió lo inevitable y hubo como un amago de beso, pero quizás algo de timidez por ambas partes se interponía. En realidad, éramos dos desconocidos que nos habíamos encontrado de una forma tan casual como tal vez oportuna…



De repente, cuando más absortos estábamos en nuestro baile, el cielo comenzó a cubrirse de nubes que pronto nos trajeron una gran oscuridad, una oscuridad tan negra que hasta daba miedo por momentos. Pero cómo tener miedo –me dije- si estaba tan bien acompañada…



Y al instante, escuché que me decía casi susurrando en mi oído: “vamos a tener que marcharnos, en nada de tiempo se pondrá a llover y no quiero que nada moje esta velada que tanto he disfrutado contigo”.



Y allí estábamos ambos, como dos enamorados, aunque desconocidos todavía, pero sin ganas de despedirnos, de decirnos adiós…



De pronto, una ráfaga de viento destapó la silueta de la luna allá en lo alto, en un claro que de repente se disipó en ese cielo lleno de oscuridad y, puede que me lo esté imaginando, pero creo que me guiñó un ojo y sonrió. Quise ver también que con su boquita de caramelo me decía algo así como que “hoy tus sueños se harán realidad porque, sin duda, ese hombre que te acompaña será por siempre el hombre de tus sueños, el hombre de tu vida, el que te amará y permanecerá eternamente unido a tu corazón…, a tu vida, en definitiva”. Y con un beso imaginario se cerró la noche allá arriba…esperando a un nuevo día…



En tanto que nosotros, aquí abajo, en el parque, resguardados de la lluvia y de la oscuridad de la tarde bajo el kiosco de la música, y con un ambiente que poco a poco nos iba incitando a ello, dimos rienda suelta a lo que sin duda había sido un flechazo en toda regla y sus consecuencias en nuestras vidas.., y nos besamos con infinita pasión durante muchos minutos; en tanto que la lluvia no dejaba de caer. Sería cuestión de esperar en aquella misma posición hasta encontrar expedito el camino de regreso a casa… Pero tampoco es que le urgiésemos a la lluvia para que cesase en su acción, no había prisa…



© Mª Luisa Blanco y J. Javier Terán



 

Comentarios

  1. Un bello romance, donde la casualidad hace de las suyas, y otro poquito los enamorados.
    Que belleza de narrativa, tiene una secuencia perfectamente delineada, y el contenido, atrapa, cautiva, y deleita.
    Felicidades nuevamente, han hecho un trabajo excelente. Besos mi niña, me encantó.

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  2. Muchas gracias, Esperanza, por tus bonitas y doctas palabras; me alegra que te haya gustado. Muchas gracias en nombre de los dos (aunque Mª Luisa supongo te agregará algunas palabras más....). Un abrazo.

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  3. ...ME GUSTA..
    Como siempre me cautiváis, preciosa historia de amor , felicidades a los dos, besotes amigos

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  4. Muchas gracias, Manoli, por tus palabras, en nombre de los dos. Un beso.

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  5. http://img9.dreamies.de/img/289/b/9594jqr2n3q.gif

    Solo amo la lluvia en esas circunstancias, cada día os superarais haciendo un dueto más que perfecto... felicitaciones, me gusta mucho...

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  6. Muchas gracias, Greg, en nombre de los dos. Un abrazo.

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