Bella Venecia

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A cuerpo gentil y sin máscara alguna porque, en realidad, ya no nos hacía falta.  Así nos presentamos tú y yo al día siguiente; luego de aquel episodio del encuentro casual en aquella fiesta del famoso baile de Máscaras del Carnaval de Venecia en el que participábamos como uno de los atractivos más de nuestro viaje de placer a aquella bella ciudad italiana.  Donde cada uno de  nosotros había acudido por su cuenta en viajes independientes.

Nuestras respectivas máscaras nos hacían irreconocibles a primera vista.  Tú ibas de bella dama y figura estilizada a más no poder.  Y yo, de simpático bufón, a secas; ambos, con colores vivos a rabiar en nuestros respectivos disfraces.  Pero así, de esa y parecida guisa disfrazadas, había infinidad de personas más; y ciudadanos de los países más remotos hablando idiomas diferentes en medio de aquellos grandes salones que nos daban acogida; bajo el denominador común de la diversión a raudales que nos proporcionaba aquel gran baile de Máscaras de Carnaval de aquel año.

Por lo que resultó una verdadera casualidad nuestro encuentro. Algo, que sería propiciado por un motivo tan simple como caballeroso, como fue el hecho de cederte el paso en el momento de cruzar de un salón de baile a otro.  Quizás tu disfraz de dama de alta alcurnia te daba un cierto privilegio sobre mí, pobre bufón de corte; por lo que yo accedí gustoso a cederte el paso.

Y fue al salir de tu boca aquel “¡gracias, gentil bufón!”, tremendamente sensual para mí, en agradecimiento al gesto, cuando noté que algo invisible me traspasaba y me hacía detener el paso. Y apenas si pude reaccionar contestando apresuradamente un “¡no hay de qué, bella dama!”.  Aunque lo que sí me salió con meridiana claridad fue la invitación que te hice a continuación: “Pues este gentil bufón, le invita a Vd., bella dama, a tomar un refrigerio en el cálido ambigú del salón de baile, si a Vd. le place”, y te hice una especie de reverencia a la antigua usanza.

Tu aceptación y el posterior tiempo de conversación; eso sí, con las respectivas máscaras adornando siempre nuestros rostros, no en vano se trataba de un baile de máscaras, marcaron el principio de algo que prometía continuidad.

Y llegó un momento en el que, de común acuerdo, decidimos salir al exterior y pasear por las calles de Venecia nuestra reciente amistad y nuestros disfraces todavía impecables e intactos a la contemplación.

Tomados del brazo, recorrimos un sinfín de calles, deteniéndonos de común acuerdo en cada puente que cruzaba un canal diferente, para regalarnos un prolongado y sensual beso.  Y de esa guisa, se nos pasaron algunas horas, todas las horas...

Hasta que, de pronto, intuimos que, simple y llanamente, nos habíamos perdido, no sabíamos en qué parte de la ciudad nos encontrábamos y tampoco sabíamos regresar al lugar de partida…

Y es que la ciudad bullía de gentes de fiesta y disfrazadas para la ocasión.  Por lo que, sin pensarlo dos veces, nos unimos a un grupo que pasaba por los alrededores.   Y con ellos continuamos la fiesta durante toda la noche.  Eso sí, sin olvidarnos del beso, cálido, sensual y profundo, al cruzar un nuevo puente sobre un nuevo canal.

Al día siguiente, y sin máscaras ya que ocultasen nuestros rostros, el paseo por la ciudad nos trajo recuerdos de la noche anterior; donde el hecho de habernos perdido en plena Venecia, no hacía otra cosa que hacer buena la tradición general que así lo recuerda.

Y como cruzábamos un nuevo puente, nos regalamos un nuevo, sensual y prolongado beso...

©J. Javier Terán

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