De miel y amargura

Desde que era niña, ya te presentía
Porque supe siempre que te encontraría,
No sabía tu nombre, el mío no sabías,
Caminé a tu vera, te seguí los pasos
En los pastizales entre amaneceres
y rojos ocasos, bebiendo el silencio
de los amplios campos donde te llenaste
del acervo mágico que da la lectura,
el sol calentando tu rostro de infante
las piedras, tu trono.  Al viento,
triunfante tu cabello rubio
y en el universo los astros giraban,
ya te preparaban esperando el tiempo
en que despertara tu piel de poeta
y el verbo exaltado que ya despuntaba
forjado en carencias y ausencias forzadas
entre olor de incienso, en el monasterio
de pasto y de cabras, en campos y montes.
Cuna de peñascos que a ti te arrullara.
Ausente de todo lo que te pasaba,
a la par mi infancia en ti se soñaba
por mar separada, conventual cantaba
en lenguas latinas en místicos rezos.
y escogía un lucero donde te encontrara.
Vidas paralelas siempre vinculadas
en rimas de versos castos y perversos,
dos rosas fragantes que se marchitaron
sin verse siquiera, sin roce profano.
Sin besarse, nunca. Pude al fin saberte.
En tres años sólo, viví la locura
que toda la vida mis ansias guardaran,
tres años de llagas, de miel y amargura,
Epístolas de alma, verbo en oración
saldo del destino, que a mí te robara;
deuda será eterna que queda sin paga,
amor de una vida atada a un embrujo
que nunca termina, que en rimas y versos,
relato… obstinada.


Yolanda Arias Forteza

Julio, 2016