No escuchó la voz,
no conoció el ritmo,
la cadencia, el acento,
no supo del seísmo
en la carne del labio,
ni del cíclico oleaje
de la abismal pupila,
ni el movimiento exacto
en la oquedad del pecho
ni el eco de los pasos,
ni el compás del aliento
no supo de perderse
y encontrarse y romperse
fragmentado en miles
de minúsculas gotas.
No dio opción a la suerte,
sin embargo lo supo,
de memoria sabía,
que era Ella y no otra.
I.S.M. 19 de noviembre de 2016
© Isabel Suárez Mtnez- Cruz
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