El amor, el sol y el mar

Atardecía un día más y, de pronto, el sol se hizo chico, muy chico en el horizonte;
tanto, que tú y yo reparamos cómo hasta cabía en tu estilizada mano,
a la que minutos antes yo había tenido apretada junto a la mía.

 

Entonces te susurré, cierra tu mano y amarra al astro rey bien fuerte,
trae tu mano ahora junto a la mía y démosle cobijo junto a nosotros,
que su refulgencia y su resplandor alimente nuestro amor.

 

Aprovechemos estos momentos que estamos solos a la orilla de nuestro mar,
que tantos momentos de amor y tantas confidencias nos silenció,
para contarle que hoy tenemos para él un gran secreto nuestro.

 

Un gran secreto que quizás le desvelemos,
si él promete quedarse en calma y no ponerse bravo,
aunque le cueste acostumbrarse a esta quietud.

 

Y es que, ¡mar!, te hemos robado el sol,
ese que siempre, en la lejanía, amanecía y atardecía como navegando
sobre el horizonte de tus aguas en el infinito.

 

Pero no te preocupes, ¡mar!, porque siempre que te visitemos
abriremos nuestras manos y le dejaremos libre sobre tus aguas
para que os sigáis haciendo compañía uno con el otro.

 

Y, entretanto, nosotros dos pasearemos junto a vosotros,
entrelazadas nuestras manos, gozando de vuestra compañía
y mostrándoos también nuestro amor al caer la tarde.

 

Y ya, cuando el sol vuelva a hacerse chico, muy chico,
tanto, que hasta quepa en la mano de mi amada,
volveremos a encontrarle acomodo entre nuestras apretadas manos.

 

© J. Javier Terán