Con la memoria pegada al ayer

Recuerdos

Ni demasiado cerca que el ambiente de fiesta le afectase en extremo a su hoy, ni demasiado lejos que apenas si percibiese el eco de los carruseles y atracciones de la feria y el continuo fluir de las gentes; sino en un punto intermedio, desde donde dominase buena parte del recinto ferial y pudiese divisar a las gentes que iban y venían; y donde el ambiente alegre de la feria, sus luces y sus músicas, le llegasen con exquisita nitidez…

Cuando María, de pronto escuchó en la radio local que el Real de la Feria se hallaba aquel año instalado de nuevo y al completo en el sitio de costumbre con motivo de las fiestas de la ciudad, se vistió con arreglo a la ocasión, esperó de esa guisa a que la tarde cayese un tanto y, tomando su andador de ruedas, se encaminó con paso lento pero seguro hasta las inmediaciones del Real de la Feria donde buscaría el emplazamiento más adecuado a su pretensión.

Una vez encontrado, giró el andador en torno a ciento ochenta grados, se sentó en el pequeño asiento que éste llevaba incorporado y se dijo para sí que permanecería en el lugar hasta que su mente –de la que esperaba trabajase con bastante diligencia – le hiciese partícipe de una serie de bonitos recuerdos de unas cuantas ferias de aquellas del pasado, de las de su época joven. Eso sí, al salir de la residencia de ancianos donde se hallaba acogida, no olvidó proveerse de un completo paquete de pañuelos de papel.

Apenas unos minutos allí instalada, y ya en su mente comenzaban a bullirle los recuerdos en forma de retazos de aquel ayer en el que María fue feliz, muy feliz –aún lo recordaba con meridiana claridad-.

Por unos instantes, mientras desde el real de la feria le llegaban los destellos de luz de los carruseles y la música parecía jugar con ellos moviéndolos a su ritmo, en tanto en el camino hacia la misma no dejaba de pasar gente en una y en otra dirección, María sentía cómo iban aflorando a su mente, al azar, un sinfín de recuerdos de tiempos de ferias de bastantes años atrás: de cuando se subió por primera vez a aquella “barca” y se mareó; de cuando le pasó lo mismo la primera vez que se subió a la “noria”; de cuando el chico que admiraba de la pandilla la invitó a subirse con él a los “coches de pista” y de lo mucho que disfrutó con la compañía dando vueltas y más vueltas a la pista; de cuánto le costó, un triunfo sin duda, subirse a aquella atracción que se conocía como “el látigo”; de cuando se perdió materialmente con sus amigas en el laberinto de los espejos; de cuando les dijeron que ya no podían participar más en aquella atracción del tiro con carabina, porque se estaban llevando todos los premios...

Y de cuando con la pandilla de amigos se subieron todos al tren de la bruja, con el único fin de tratar de quitarle la escoba con la que el empleado de la atracción cometía pequeñas maldades sobre las cabezas de los más pequeños; y que al final lo consiguieron, entre las risas y los aplausos de los allí congregados.

Y de aquella tarde de feria en la que, tras perderse casualmente del grupo de amigos, ella y quién tenía todas las papeletas de convertirse en su novio, anduvieron durante unas cuantas horas perdidos por los exteriores del recinto, entre las caravanas de los feriantes hablando de sus cosas, regalándose un sinfín de arrumacos y algún que otro inopinado y precipitado beso; y luego él la regalaría aquella muñeca de ojos azules y pelo rubio y ensortijado que había ganado en una atracción. Ocurriendo que, a partir de entonces, se presentarían al grupo como novios oficiales: el primero y el único que tendría María, y con quien se casaría tras algunos años de noviazgo. Luego vendría la vida en común, los hijos y, en la última etapa de su vida, su fatal pérdida, lo que le produjo un gran dolor que aún sentía.

Y era ahora, en ese reencontrarse con algunos retazos de su pasado en esas inmediaciones del real de la feria, cuando estaba volviendo a experimentar unos momentos muy alegres en su vida, que estaba reviviendo con especial intensidad.

Entretanto, el bullicio de la feria continuaba en su punto de mayor apogeo; que era justo el momento en el que María entendió que debía volver sobre sus pasos para regresar a la residencia al tiempo de la cena. Pensando durante el camino, entre otras cosas, que cuántas historias más como la suya podían estar iniciándose aquella tarde en aquel recinto ferial y sus inmediaciones...

© J. Javier Terán.

Comentarios

  1. Pero cuantas MARIAS. SE PUEDEN VER REFLEJADA en este tan exquisito relato muy bien llevado , me hizo falta tomar el pañuelo---
    Es muy tarde y ya debo estar en cama mañana
    o sea hoy..
    tenemos aún muchos instantes por vivir.

    Bellos sueños a todos.

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  2. Muchas gracias, Araceli. Bonitas palabras para mi relato. Y sí, la historia puede ser perfectamente el reflejo de otras muchas historias del ayer; a fin de cuentas todos nos movemos en torno a momentos determinados y fijos y con patrones parecidos.... Abrazos.

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  3. Me has hecho recordar los días de feria de mi ciudad donde nací.
    Cuantos recuerdos se vienen de golpe y que bonito recordar esos tiempos. Cuando jovenes y las historias detrás de cada feria.
    Diversión que teje historias bonitas y romances de juventud.
    Muy bello tu relato Javier.
    Una alegría poder leerte.

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  4. Muchas gracias, Esperanza. Me alegro que mis palabras te hayan hecho recordar esos bellos momentos de los que hablas. De eso se trata cuando uno lee algo que otros han escrito, que le llegue muy adentro y le haga reaccionar de alguna manera. Buen día. Abrazos.

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