Confraternizando

Su mirada perdida en el infinito la delataba,

la hacía portadora de alguna pena

que, a simple vista, sólo ella

sabría abarcar si su padecer

la dejaba, amarrada a aquel dolerse.

 

Tan abstraída parecía estar

con respecto a la realidad circundante,

que no observó hasta un tiempo después,

que yo me acercaba en aquel instante

intentando mi ayuda mostrarle.

 

Un ligero volteo de cabeza

y una sonrisa un tanto forzada,

cargada de signos de extrañeza,

pero a un tiempo sin temeridad,

fue lo primero que me trasladaría.

 

Aproveché que soplaba una ligera

brisa de aire, para sugerirle

que apartase una vez más de su cara

aquel mechón de su cabello

que me impedía observar su bello rostro.

 

Con una sonrisa y su mirada a la par,

accedería la joven a despejar

su rostro; pudiendo advertir

que sus ojos, de un azul intenso,

me miraban con absoluta calma.

 

Los temas de conversación

fueron una excusa oportuna

para que aquella joven

me contase su penar

y el porqué de aquella desolación.

 

En el camino, al regresar

a la ciudad por entre la arboleda,

tras depositar una rosa en su pechera,

le hice también partícipe de mi pena,

y observé que de sus ojos brotaba una lágrima.

© J. Javier Terán.