CON LAS BOTAS PUESTAS

Sé que la esperabas, no me lo dijo nadie,
no les culpes…
Lo supe aquella misma tarde cuando te despediste de una forma diferente.
Lo sentí en tu abrazo y en tu forma de mirarme, con aquellos ojos que jamás podré olvidarle, que cambiaban según el tiempo, unas veces eran verdes y otras azules como cristales de ópalo, siempre diferentes.
Sabes, nunca he podido borrar de mi memoria aquella imagen, que me marcó para siempre, debiste decirme… Quizás de haberlo hecho, hoy estarías entre nosotros y yo, no estaría entre lágrimas aún buscándote por todas partes, en cada padre que encuentro, en cada hombre que me recuerda tu olor, tu voz, tu aspecto, tu nombre; pero claro ¿Qué podía hacer yo?  Eras un Hernández con mayúsculas, criado a la antigua, como se criaban a los hombres de entonces… Envolviste tus emociones en una sonrisa y te llevaste tu dolor y tu tristeza a la tumba sin contarle a nadie, para no mostrar ni un ápice de flaqueza, para que nadie te viera doblegarte.
Y sólo me quedó el consuelo de saber,  que viviste a tu manera, sin dar ni pedir explicaciones a nadie y que moriste como quisiste “con las botas puesta” sin rendirte nunca y yo, sigo aquí… Extrañando tu presencia a pesar de los años y te dijo, por si aún no lo sabes, sin  que me queda nada por dentro,  que de vez en cuando, cuando visito tu tumba, me bebo un trago aguardiente y me fumo un puro en tu nombre; porque también soy Hernández.

© Hergue A.