NO MÁS UNICORNIOS

No sé dónde estoy, me siento perdido... Dos largas mangas cruzadas en mi vientre, estrangulan mi libertad y se anudan en mi espalda.

Dicen que ayer...
Mil caballos galopaban por el cause de mi venas, sin poder detenerlos y agitaban sus crines disueltas en mi sangre.

Dicen que ayer, estando de mí ausente...
Unos monstruos asechaban mi inconveniencia con sus bocas abiertas sedientas de avaricia y aún siguen, con sus voces retumbando en mis tímpanos.

Cierro los ojos para no verlos, pero escucho sus gritos ¡Estás loco... Estás loco...! ¡Estás looooco...! ¡No puedes dejarlo... No puedes dejarlo...!

No quiero, no quiero escucharlos, me niego. Me niego a ver falsos unicornios y a volar con el humo de un cigarro, pegado al suelo...Sin más sustento.

¿Quién dijo que no puedo..? Pregunto...

Y crujen mis huesos bajo el acero de sus zapatos, aniquilan mi cuerpo, sangra aplastado mi esófago, sangra de miedo mi estómago.

Pisan sin piedad mi cráneo, contra el gris del asfalto y sangra, sangra inquebrantable el orgullo, que aún sigue siendo propio.

Incrédulos los ojos quieren borrarlo todo, como si fuese un mal sueño; pero es cierto... Todo cierto, estoy casi muerto.

A lo lejos, suenan las libretas sirenas. La caballería se acerca y pisa fuerte, el ejército de batas blancas y botas verdes.

Ellos lo saben, por eso huyen como rotas a sus colocas, saben pérdida la batalla.

Ahora me aguardan, cuatro paredes altas de esquinas redondas, revestidas de seda y corcho y techos altos, como las torres de un castillo de cuento.

Sé que esculpiré sus rostros y sus punzantes jeringas y sus malditas pastillas; pero cuando vuelva... Si un día lo hago, no me alcanzarán los brazos, para abrazarlos.

© Hergue A.