Y surgió el amor... (Elena y la lluvia)

Paseoparaguas

Mientras las gotas de lluvia, que tamborileaban cadenciosa y mansamente sobre el paraguas que nos cobijaba a Elena y a mí, resbalaban firmes hasta terminar rendidas justo a nuestros pies en un monocorde y constante chocar abatido, nuestra conversación no podía por menos que mostrar la casualidad tan particular del encuentro, en medio de aquellos dos elementos que nos unían en aquel preciso momento.

Y que si uno era la lluvia, que nos abordó en medio del camino; el otro fue aquel providencial paraguas que nos cobijaría –y que a aquella altura de la conversación ya no sabría yo decir si era el mío o el de ella-, y que nos aproximaría a ambos hasta el punto de poder compartir bajo el mismo, en un espacio semicircular tan reducido, miradas y gestos; palabras y alguna apresurada confidencia, y una mano amiga que sostenía también aquel paraguas.

Y es que, aunque la lluvia seguía impenitente en su acción, para nada nos incomodaba incitándonos a buscar de facto un lugar a cubierto para resguardarnos; antes al contrario, la cadencia rítmica de su sonido parecía poner la banda sonora ideal del momento, actuando de fondo a nuestras palabras, allí bajo aquel paraguas protector.

Se diría que ya que había sido ella, la lluvia, la que había propiciado aquel encuentro, de alguna manera, el pasear debajo de ella sintiendo su eco sonoro, acompasando nuestros pasos al mismo, era como agradecerle la oportunidad de aquel hallazgo, viviendo el momento de manera diferente.

En nuestro caminar bajo el paraguas, la ciudad parecía estar quedándosenos pequeña por momentos, a pesar de estar atravesando una de las avenidas más extensas de la misma, donde la línea de edificios que en ella confluían nos iban marcando la disposición de nuestros pasos en línea recta, cara a un final de la avenida que para nada queríamos ocurriera aquella tarde –la imaginábamos infinita-.

Como infinita intuíamos podía comenzar a ser a partir de aquel momento nuestra amistad recién establecida allí, bajo la pequeña superficie de aquel paraguas que nos protegía –y de qué manera tan sutil-, de una lluvia que, por su cuenta, continuaba su acción sobre la ciudad.

Y mientras la tarde avanzaba paso a paso para convertirse en noche ordinaria, Elena y yo intuíamos que aquel encuentro, casual a todas luces y propiciado o favorecido por la insistencia en su acción de la lluvia de aquel día, alumbraría un amor de futuro de hondo calado en nuestras vidas.

© J. Javier Terán.

Comentarios

  1. Jose Javier la mayoría de las veces el amor surge de una manera fortuita, la narración no puede estar mejor escrita juegas con unos condicionantes , la lluvia el reducido espacio que les da el paraguas y dos personas que esta receptivas al amor, algo tan bonito dentro de las vida de los seres humanos, que acto mas generoso el de compartir en este caso el paraguas .Yo siempre digo que para llegar al amor hay que pasar por distintas fases, una de ellas el la de la mistad, el apoyo y la ayuda de todo esto sale algo tan sublime como es el amor que para mi es darlo todo sin pedir nada ha cambio, Un buen trabajo amigo escritor...Buenas tardes.

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  2. Muchas gracias, Chema. Qué palabras más certeras las tuyas a este respecto, con el amor rondando la relación de ambos, y ayudados por un marco que les proporciona un grado extra de romanticismo, que sin duda contribuirá a que todo transcurra de una manera más efectiva. Abrazos.

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  3. J Javier tiene musica esta historia, va chispeante
    de corazones henchidos, entre el día y la tarde
    entre una amistad que se consolida de forma romántica
    Me encanta solo falta el sonido de Cantando bajo la lluvia.
    Buen fin de semana admirado amigo.

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  4. Muy bonito Javier si se veía venir desde que le dejaste el paraguas el amor así es tan romántico y que dure.
    Precioso!!
    Un abrazo

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