La lluvia, que insistía e insistía en su acción de manera continuada a aquellas horas de la tarde, no pudo sin embargo doblegarnos en nuestro empecinamiento de pasear bajo aquel paraguas que tan oportunamente Elena había aportado en el momento de nuestro encuentro. Y, a cada nuevo paso que dábamos bajo aquel contundente aguacero, sentíamos que la ciudad se iba convirtiendo un poco más en nuestra amiga.
O, más bien, puede que en nuestra cómplice más cercana aquella tarde, a pesar de la lluvia que continuaba cayendo sobre nosotros, aunque con mucha menor intensidad ya, amainando a ojos vista, lo que hacía presagiar que cesaría en breve.
En tanto en cuanto, bajo aquel providencial paraguas seguíamos Elena y yo desgranando nuestras confidencias, a media voz, durante aquellas horas de una tarde que ya iba declinando.
Y casi sin intuirlo, aquel dulce atardecer, con la lluvia ya ausente por completo, se fue convirtiendo en un tranquilo y sereno anochecer, que invitaba al sosiego y al descanso.
Nuestros cuerpos también lo buscaban, y nuestros pasos se encaminaron al encuentro de una luz de neón que titilaba asida, mediante el oportuno rótulo luminoso, al exterior de un edificio próximo; encontrando también su contrarréplica en un curioso reflejo que se producía sobre un pequeño charco de agua estancada en el pavimento, como si quisiesen hacerse la competencia a ras de suelo; si bien anunciando ambas la presencia de un hotel en aquel lateral de la calle.
La noche había caído ya sin remisión sobre la ciudad y ésta había encendido sus luces de manera automática, divisándose la espectacularidad de su conjunto desde la explanada del hotel.
Pasaron las horas y, con el nuevo día, había desaparecido ya todo rastro de lluvia sobre la ciudad, con el sol luciendo resplandeciente y en todo su esplendor en el exterior. Y observada la ciudad desde aquella privilegiada ventana en el último piso del hotel, se nos mostraba llena de luz, amigable y acogedora, y con sus calles llenas ya de actividad a aquella hora.
Y Elena y yo quisimos reencontrarnos de nuevo con ella, con nuestra amiga más cómplice.
© J. Javier Terán.
¡Ay! J Javier, que lindo es estar bajo el paraguas complice de una hermosa historia, escrita con la delicadeza de tu pluma.
ResponderEliminarAsí que poco a poco y día a día tarde y ya noche entre luces de neón,
Nos vas dando un nuevo capitulo ,acompañarles un día más mirando desde la ventana en un día sin lluvia y reluciente.
Aquí en estas últimas letras das un vuelco a la historia.
"Y Elena y yo quisimos reencontrarnos de nuevo con ella, con nuestra amiga más cómplice..."!
Pienso que si dijeses " nuestro amigo! podría ser el paraguas.... Pero si no me equivoco
Tenemos un nuevo capitulo, otra historia, otro personage pendiente para el día siguiente.
¡ Que bello es, en cada amanecer,
los rayos del Sol entrando por las ventanas ver...!
Anunciando con el nuevo día
y el canto de los pajarillos, nuevas alegrías...!
Gracias romántico poeta.
Muchas gracias, Araceli. Tus palabras rezuman paz, sosiego, pero también sentimiento, que se despliega a raudales a lo largo de todo tu comentario; haciendo bello lo sencillo.
ResponderEliminarY sí, la historia va ya por el cuarto capítulo, pasó ya la trilogía y no sé, pero de momento creo que les dejaré descansar un tiempo; deleitándose, eso sí, de todos los entresijos de la ciudad, su ciudad cómplice con su historia de amor.
Abrazos,