Estábamos tan encerrados en casa,
tan distanciados de la realidad
que, apenas si percibíamos otra vida.
Salíamos al exterior lo imprescindible
para recogernos apenas a continuación,
tras el corto recado insustituible.
El miedo se vendía por kilos,
y se apreciaba en los rostros
recubiertos de cada uno de nosotros.
En una ciudad que se adivinaba fantasma,
sobre todo en las tardes de domingo
y en cada nuevo día que declinaba.
Pero hete aquí que fuera, la naturaleza
seguía haciendo su postrer trabajo,
a solas y sin presencia alguna.
Y cuando, menguada la pandemia,
pudimos acercarnos a nuestros campos,
advertimos que la naturaleza no descansaba.
Porque la primavera había operado
sobre cada retazo del paisaje
y en un vergel lo había transformado,
para general regocijo, goce y deleite.
Y ya no hubo día posterior,
que cumpliendo con el hábito del paseo
y ordenando nuestros pasos al caminar,
la naturaleza no nos saliese al encuentro.
© J. Javier Terán.
La naturaleza ha descansado de nuestras malas artes, Javier. Y ella nos dice ahora lo hermosa que puede ser ante nuestros ojos. Excelente poema. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarAsí es, Julie, la naturaleza está maravillosa y merece la pena disfrutarla en el tiempo que nos es permitido. Y cuidarla, sobre todo cuidarla. Abrazos.
ResponderEliminarLa naturaleza nos ha dado una gran lección y nosotros no la hemos aprendido, somos muy burros.
ResponderEliminarTus versos preciosos como siempre
Feliz viernes
Muchas gracias, Carmiña, por tus palabras, siempre tan sensibles para mis letras. Y sí, somos así. Y es ahora cuando nos damos cuenta de lo que tenemos a nuestro lado... Feliz viernes también para ti. Abrazos.
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