Baja California Sur

Algo de Sudcalifornia

Entramada en los giros de la literatura medieval, Garci Ordoñez de Montalvo (1450-1505), en su obra las Sergas de Esplandián (1510) en el Siglo XVI. Daba a conocer en la península Ibérica, una Ínsula California, la que ha conservado el nombre California hasta hoy.

Sitúan tu cuerpo en una geografía lejana por el sueño de un caballero. Saladas aguas pulen tus esteros e islas. La sombra de cardones y el breñal se dibujan en tu suave alfombra de arena, día y noche. A tu contorno sinuoso lo sigue el mar que lame las playas. Tu piel guarda las venas del paso de ríos secos y en su entraña corre el agua como potro desbocado. Palpita el corazón de los pozos y la transparencia líquida apaga la sed. Guardas como niña, fósiles como recuerdo. Testimonios del paso de amonites y saurios, que vivieron placidos en tu paisaje, hace milenios.

Calafia

Bruñida por el sol y el agua, la amazona solitaria, a grupa de su Grifo, trasmonta las dunas del paisaje, el que amanece con un horizonte niño cada día. Calafia, llega a la playa y mira el mar que golpea furioso las rocas de la costa acariciando su contorno arenoso y suave con manos de agua y dedos espumosos. Ella ha permanecido en la ínsula como una leyenda y se ha quedado hasta hoy en el imaginario del pueblo sudcaliforniano.

Pericús, Guaycuras y Cochimiés

Disfrutaron la sombra bajo hojas de palmeras en horas calcinantes. Los frutos de los cardones endulzaron su boca y los humedales apagaron su sed. Enterraron a sus muertos en bolsas de piel de venado y dejaron plasmadas en lajas enormes, flora, fauna y su imagen personal en color blanco, negro, y rojo, en la hoy llamada Sierra de San Francisco. Testimonios de su alma sensitiva y fértil entorno, hoy presentes a pesar del tiempo. Ellos gozaron el inmanente cielo negro, tachonado de miríadas de estrellas.

La conquista.

El palmar se mece al ritmo de la brisa, acoge ingenuo las pisadas de conquistadores en sus cálidas arenas. Corceles, cañones, espadas y atronadoras armas, masacraron tu libertad y aplastan los intentos de salvaguardar tu lar. Mientras, el viento ingenuo silba entre el breñal y se perfuma de tus flores que coronan cardones vestidos de espinas.
En la soledad del semidesierto, hacen el amor… miedo y deseo. Nacen tus hijos a pleno sol, acunados en cálidas arenas. Culturas distintas, se cobijan bajo el embozo de tu firmamento.

Las misiones

Llegan a imponer su dogma misioneros, sucede el milagro… la palabra divina, se expande por tus dunas y los Jesuitas y Franciscanos enseñan artes y aprenden artes de tu pueblo. Tus misiones, son la columna vertebral a lo largo de tu cuerpo, fueron erigidas por tus hijos con sangre, sudor y lágrimas, a semejanza del sufrimiento de ese Dios, que les promete el perdón de los pecados y la vida eterna.

Los ranchos

Cerca del humedal y entre el breñal, corre el olor de las pitahayas dulces en pleno semidesierto. El rancho apaga su sed alimentándose del agua de tu vientre. Las parras trepan los techos, caen las uvas y se embriaga, el huerto. También se aroma el aire con olor a damiana y albahaca en los campos preñados en el Valle de Santo Domingo, latido de tu corazón en pleno semidesierto.

El ranchero

Curtido por el sol, prepara sus arreos de caza para su supervivencia, el ágil venado no es más rápido que su puntería. Su alma de artista, crea piezas de su piel y cornamenta, y degusta su carne envuelta en tortillas de harina palmeadas a mano con manteca y leche de vaca o cabra. Hace panocha de gajo de la miel de caña, pitahayas, higos, dátiles y queso fresco, así se alimentan sus días.
Sus manos creadoras, diseñan su particular vestimenta y los avíos necesarios para protegerlo del cruel y espinoso entorno. Elabora su cuera o traje (curtiendo la piel de animales), y también lo necesario para proteger su cabalgadura, al realizar sus labores con el ganado. La silla de montar, chaparreras, botas y el sombrero (entre otros objetos), ayudan su labor protegiéndolo de la flora y fauna de la región y ante el extremoso clima. Esta tradición del modo de vida del paladín sudcaliforniano, continúa presente aún hoy.
Hasta aquí, una brevísima mirada del pasado de la bella y siempre sorprendente Sudcalifornia.

© Leticia Garriga

Comentarios

  1. Me falta por conocer la Baja California Sur, no dudo que es de una belleza incalculable, Leticia, y quien sabe si todavía no es tarde para visitarla. Me ha gustado mucho lo que nos cuentas de su historia y belleza natural. Gracias siempre, amiga. Mi abrazo.

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