Es un proceso medio lento, sofocante y muy solitario de a ratos, porque uno sabe (lo sabemos realmente) que no puede confiar ni en la propia percepción de las cosas. Se sabe que en algún lugar, allá al final del túnel hay una luz muy pequeñita bailando como un fuego fatuo y se intenta con todas las fuerzas (que no siempre son muchas) llegar hasta ahí. Caerse y levantarse con ese objetivo
Y sí se sigue, casi como en “piloto automático” o un modo “ahorro de energía” sabiendo que es necesario seguir porque la vida afuera sigue, el mundo sigue girando. Entonces uno se levanta y se pone en marcha sintiendo que no mucho tiene sentido pero es necesario porque hay otros dependiendo de nosotros y eso a veces es suficiente (como una excusa perfecta “no faltar a mi palabra”) pero no siempre tener que querer vivir porque hay alguien más vale la pena. Uno quiere tener esas ganas por uno mismo, ser el motivo (aunque sea egoísta)
Y de a poco todo termina, esa luz tan lejana, pequeña y escurridiza un día amanece al lado y todo vuelve a la normalidad
(Aunque cueste admitirlo siempre hay un dejo de tristeza, pero con eso se puede. El mundo no se está cayendo al sentir que no hicimos nada para tirarlo abajo)
© Lilith
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